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Cuando lo conocí…

Foto del escritor: yaelcayetanoyaelcayetano

Actualizado: 18 abr 2023

Cuando lo conocí estaba igual de jodida que él. Recuerdo a detalle aquella noche; por vicisitudes presentadas durante el camino, estuve a punto de no lograrlo, pero de alguna manera algo se empeñó en que lo hiciera y finalmente las cosas marcharon como planeadas, o al menos eso pensaba.


Llegué a aquella reunión con amigos entrañables pasada la media noche. Ahí estaban todos, amigos, conocidos y otros más que en mi afanada vida había visto, entre éste último grupo estaba él; miré y observé a todos, pero él seguramente llevaba puesta esa sublime sonrisa. La noche pasó sin mucho júbilo charlas por aquí, risas al otro lado del apartamento, música, coqueteos, lo de siempre… Sin embargo, sucedió algo que nunca, deseaba conocerle. Por supuesto, abandoné muy pronto la idea y me instalé inmediatamente en una de las esquinas de la cocina, elegí aquel lugar porque desde el mismo podía ver todo el movimiento que se daba sin ser advertida.


De pronto, noté que él se aproximaba, pensé -seguramente desea un cigarrillo-, no me equivocaba. Expresó alguna frase que atendía según los cánones de la educación y de un momento a otro nos encontrábamos charlando de nosotros, de los intereses de cada uno y de cosas superfluas y banales; continuamos no sé por cuánto tiempo entre risas y humo. Algo en su forma desvergonzada me atrajo, y yo al mismo tiempo era insolente.

No pretendía nada más que disfrutar aquella noche, estaba cansada de odiar al mundo. Pero terminó por joderme una frase que exclamó en el momento en que no nos encontrábamos más solos –Soy un hater– dijo; con ello simpaticé aún más con él, finalmente yo también lo era, me gustaba serlo y eso estaba bien. Simone de Beavouir dice que “La gente simpatiza más a gusto con la desgracia que con la felicidad”, suscribo con ella.


La noche se sucedió sin más, finalmente tomó sus cosas me dirigió unas últimas palabras, pidió información para localizarme y se marchó. Se había marchado dejando algo en mí; tal vez curiosidad por saber por qué odiaba al mundo, intriga por conocer más de él o quizá el simple deseo de imaginar si lo volvería a ver; impulsivamente las palabras salieron de mi boca, pregunté por él y curiosamente un par de ebrios que lo conocían más de lo que yo creía, se encontraban al otro lado del cuarto escuchando.

El día siguiente marchó con normalidad un poco de resaca, nada que un buen almuerzo no pudiera curar, volví a casa, en donde todo era tranquilidad y soledad; deseaba esta última, la disfrutaba y la había hecho parte de mí desde hacía tiempo atrás, justo en el momento en el que decidí abandonar la idea de volverme a entregar a los deseos del amor. Ni si quiera yo estaba consciente de que mi voluntad se vería mermada. Aquel personaje de la noche anterior y de quien no recordaba el nombre se presentó en mi ordenador en forma de friend request en una de mis redes sociales, ¡Malditas redes sociales! Lo reconocí en seguida, me inquietó la idea de que me hubiese recordado, después supe que no lo hizo.


En fin, no quise admitirlo en seguida, pero muy en el fondo me seguía intrigando saber más de él. No tomó mucho tiempo para decidirme a hacerlo, ello condujo a sostener charlas breves, saludos cordiales por la mañana y algunas despedidas sutiles por las noches. Un buen día le hice la invitación a desayunar, aceptó y aquel momento logró convencerme de que me agradaba la compañía, su compañía; me agradaba estar con alguien que no intentara besarme a la menor provocación, que no malinterpretara los mensajes amables; estaba cansada de los mismos necios que se esforzaban demasiado por tener una oportunidad y honestamente no deseaba darme una.


Tenía esta idea clara en la mente pero paradójicamente la pasión deseaba algo más, me esforzaba por impedirlo, le daba todo el crédito de mi comportamiento a la hostilidad; sin embargo intenté dejarla de lado. Las salidas se volvieron frecuentes y la atracción aumentaba sin que pudiera siquiera percibirlo… Ni él ni yo lo deseábamos, ambos generamos mecanismos de defensa. ¿Entregarse nuevamente al deseo del amor? No podía evitar pensar en la idea de salir lastimada, cada uno/a cargaba con sus propias quimeras, fantasmas y dudas; pero nos mantuvimos firmes, simplemente fluimos con el momento, nos convertimos en dos seres que disfrutaban la compañía del otro/a y no pretendíamos separarnos, por lo menos no en ese instante.


Bastó una noche más para que lograra despertar lo que nadie había podido desde hacía un par de años, me hizo estremecer sin siquiera tocarme. La previa salida a un club nocturno nos regaló el gozo de aquel primer beso, entre tragos y malas compañías se había esforzado por tener algún tipo de contacto físico, yo por el contrario lo evitaba, pero en el fondo lo deseaba. Finalmente, en un momento inesperado (el más preciso), me tomó por la cintura, me atrajo contra sí fingiendo no escuchar bien a causa del sonido ensordecedor y fue inevitable. Me lancé sobre sus labios, ejercí un poco de presión con los míos. El contacto fue suave pero contundente. No recordaba siquiera haberme sentido de esa manera antes. Quizá previo a eso sólo me había estado entregando al deseo de unos labios sin anteponer emociones. La salida del lugar ocurrió entre besos, caricias y deseos…

Lo que vino después, fue marcharnos –y no, no sucedió lo esperado- permanecimos recostados y no hicimos más que observarnos, charlar y disfrutar aquel momento. Admirarnos y enamorarnos. Creo que desde esa noche, lo malinterpretamos todo y así durante 180 días más…
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