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Escisión

Foto del escritor: yaelcayetanoyaelcayetano

Actualizado: 18 abr 2023

Esa palabra siempre me ha parecido interesante, pero a ratos incomprensible. La primera vez que le encontré sentido, fue cuando leí a Marcela Lagarde en su texto “Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas”. Tuve que repetirme el título muchas veces en la mente mientras leía, para identificar y reconocer que, efectivamente, a las mujeres se nos ha clasificado y etiquetado en estas categorías, de manera conjunta o indistinta, porque, para la sociedad, todas encajamos en alguna(s).


Y ojo, que aquí no soy yo la que está etiquetando, ni siquiera la propia Marcela; su análisis nos sirve para tratar de comprender las ambivalencias en las que muchas de nosotras nos encontramos, y aquellas en las que se nos coloca en una sociedad como la nuestra. Porque pareciera que se necesita clasificarnos y etiquetarnos.


En la medida en la que avanzaba con la lectura, recordaba algunas acciones, palabras y frases presentes en mi vida (y con las que me eduqué) sobre cómo tendría que comportarse una mujer. Empiezo a enlistar:


  1. Mi padre siempre me dijo: “Tienes que ser independiente, no depender nunca de ningún hombre”, pero el día que un novio no me llevó a casa, porque así lo decidí, me dijo que era un patán.

  2. En casa me enseñaron a no callarme ante las injusticias o ante lo que no me gustaba, pero cuando externaba inconformidades, me tacharon de insolente. Al mismo tiempo, mi película favorita de niña, en la que la protagonista tiene que dar su voz a cambio del amor verdadero, me enseñó que callar era mejor para no incomodar.

  3. En la primaria, una maestra nos dijo: “Las mujeres si no son bonitas, por lo menos tienen que ser inteligentes”; nunca me consideré/me he considerado bonita.

  4. Un ex novio me dijo: “Si tuvieras tal (haciendo alusión a un atributo físico), serías un forrazo”; mientras que otro me dijo: “Es que con tu inteligencia, sí me intimidas”.

  5. Cuando estaba aprendiendo a manejar, me gritaron: “Mejor vete a cocinar”.

  6. Mis amigos hombres decían cosas como: “Qué hueva las mujeres que se quieren casar, prefiero una que se sepa divertir”, pero cuando ellos se quisieron casar, no eligieron a “la que se sabía divertir”.

  7. Los vatos que me intentaron ligar, me dijeron: “Me gusta cómo piensas”, pero terminaron alejándose por la “intensidad” con la que defiendo mis ideales.

  8. En la licenciatura, un profe en clase de viernes casual dijo: “Las mujeres tienen que comportarse como damas en la calle y como putas en la cama”. Tan solo recordar esta frase y escribirla hace que se me revuelva la tripa.

  9. Cuando me declaré feminista, parece que más bien declaré una especie de guerra.

  10. El policía del edificio de junto, me llamó “loca” porque he llamado a la patrulla un par de veces, la primera en la que me sentí en peligro y la segunda cuando otro estuvo en peligro; pero antes de llamarme loca me acosaba a diario. Todo cambió cuando me tuve que proteger, el día que me abordó preguntándome en qué departamento vivía.


Si continuo con la lista, no termino. Pero estos “simples” ejemplos, permiten advertir la serie de contradicciones con las que crecimos y con las que nos enfrentamos de manera constante. Y eso es importante.


Para retomar el significado de la palabra, el diccionario común dice que escisión significa: “Rompimiento”; o “División de algo material o inmaterial en dos o más partes”. Lagarde va más allá cuando dice que las mujeres “estamos divididas” porque crecimos en un mundo tradicional, pero al mismo tiempo, somos modernas. Mi escisión empezó cuando me descubrí feminista y continúa todos los días...


Y es que como muchas otras mujeres, crecí en un mundo tradicional, pero tuve un rompimiento cuando decidí no seguir ciertas normas, cuando cuestioné los esquemas y aprendí a no callar. Pero al mismo tiempo, esa división me (nos) ha colocado en una tremenda cuerda floja, en la que si me inclino hacia un lado, todo el peso de lo tradicional cae sobre mí; pero si me inclino hacia el otro lado, me tachan de loca, intensa y liberal. ¿Cómo caminar y sostenerse justo en el medio, para no caer y darnos en todita la madre? No lo sé y no tengo la respuesta, tampoco sé siquiera si existe tal. Pero como he dicho (escrito) antes, me escribo para comprenderme y entenderme.


Constantemente me cuestiono, me reviso y trato de alejar el machismo intrínseco que se anidó en mí con todo lo aprendido en el hogar y en otros espacios.


Soy una escisión entre lo tradicional y lo no convencional.

Creo en el matrimonio, pero no me casaría en un altar.


Quizá suene contradictorio, pero a veces busco un novio.


Me gusta el rosa y las flores, pero todo mi guardaropa es negro porque ya no me visto con colores.


Canto y bailo tex mex, pero mi alma se emociona cuando escucho a Bowie y a T-Rex.


Me gusta maquillarme y usar tacones, pero a veces quisiera que no usarlos me valiera madres.


Lloro con las pelis románticas porque soy demasiado sentimental, pero después de eso, me aviento un elogiado documental.


No me da la gana agarrar un taladro, prefiero un compañero me cuelgue los cuadros.


Y así, con cada contradicción, cada vez le encuentro más sentido y hago mía la escisión.



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