Hace unos años, cuatro para ser exacta, me encontré con la chamarra de mezclilla más perfecta. Estaba en rebaja y era de una marca que, en ese entonces, no podía darme el lujo de comprar a precio de temporada.
Desde que la vi me enamoré. Es difícil encontrar una chamarra justo del color que debe ser la mezclilla (como sea que cada quien la imagine); para mí, el color era exacto. El material era de una mezclilla rígida, pero que me ajustaba muy bien; me quedaba más que a la medida, “ni mandada a hacer” como reza el dicho; un agarre perfecto en la muñeca, que cuando estiraba el brazo, no salía colgando media prenda de él, como suele suceder.
El ajuste en la cintura, ¡ahhhh qué belleza! Me hacía sentir que tenía una cintura envidiable, porque además, me abrazaba justo por encima de la cadera. Me sentía icónica.
A pesar de que me encantaba, en realidad la usaba muy poco, casi siempre para ocasiones especiales. No me podía dar el lujo de echarla a perder, porque, aunque la compré en oferta, su valor aún era elevado para mis estándares.
Me acompañó durante las pocas citas que tuve tras el rompimiento de mi última relación. En realidad, esa chamarra de mezclilla, era muy parecida a mi última relación, la que terminó precisamente hace cuatro años.
Al inicio me sentaba de maravilla [la relación y la chamarra], la sentía única, era feliz con ella y no quería dejarla ir nunca. La idealicé, como se hace con esas prendas que permanecen en tu vida por siempre; porque es lo que dura la mezclilla, ¿no?, una eternidad…
Pero a través de los años y del uso cotidiano, ni la chamarra ni la relación me quedaban igual. No se sentía ese “ajuste perfecto”. Mi cuerpo cambió y yo cambié. Tras la ruptura me encontré en otra piel, una más mía, ya he escrito sobre esto antes y sobre lo difícil que fue/ha sido reponerme.
La chamarra de mezclilla permaneció en mi clóset hasta ayer. No había querido “soltarla”, ni “dejarla ir”. La saqué un par de veces para venderla, regalarla, e incluso botarla, pero simplemente, no podía, no estaba lista. A veces pensaba que si mi cuerpo cambiaba, quizá la chamarra podía ajustarse nuevamente de la misma manera en que lo hizo al inicio; pero más que volverla a usar, lo que en el fondo quería era tener una nueva chamarra que me hiciera sentir igual, pero que esta vez se ajustara mejor a mis nuevas medidas.
Porque, muy para mis adentros, añoraba los buenos momentos, lo bien que me ajustaba y lo excelente que era para hacerme sentir única. Ayer, finalmente, la dejé ir y la solté; porque las pocas veces que intenté usarla, me lastimaba, de manera real y simbólica.
Estoy consciente de que no encontraré otra chamarra [ni relación] igual. Pero también estoy segura de que el día en que me encuentre con una nueva chamarra, sea de mezclilla o no, será y se sentirá mucho mejor que la que dejé ir, porque esta vez se ajustará mejor a mí. Y tal vez, también esté más consciente de que, tanto las prendas, como las relaciones, se desgastan. Entonces, sabré que es el momento de hacerlas salir.
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