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¿Feminidad?

Foto del escritor: yaelcayetanoyaelcayetano

Actualizado: 18 abr 2023

Durante los primeros años de vida, mi feminidad fue marcada por los roles tradicionales de los noventas. La fórmula perfecta para una perfecta patada en los ovarios: niñas + vestidos = bonitas.


En realidad no recuerdo que mi madre o mi padre me hubieran limitado por hacer actividades “exclusivas de niños”; quizá fuese porque cubría con el rol que demandaban. Pedía muñecas como obsequios, aunque recuerdo que el primer juguete recibido que me emocionó en demasía, era una bicicleta.


A mayor edad, siempre me interesé por lo que mis primos hombres jugaban: bicis, avalanchas, patines, guantes de un plástico durísimo, huir tras tocar un timbre, correr, correr y correr; mis cicatrices en las rodillas me recuerdan la infancia nada limitada que tuve. Con mis primas y mi hermana jugaba a las muñecas y con pretender –seguramente- que teníamos casas, familias o novios/esposos, honestamente no recuerdo bien las historias que nos inventábamos, pero estoy segura que iban sobre eso.


Mi feminidad empezó a cambiar en la medida en la que crecía, al alinearme a las instituciones y con las imposiciones sociales: si no eres lo “suficientemente femenina” no puedes agradarle a un niño. Recuerdo que alguno que me agradaba en la primaria me dijo que le gustaba, pero no que fuera más alta que él –después de eso, no crecí más-. Otro me dijo que parecía hombre, ya ni recuerdo porqué, pero lo tomé como un cumplido –lo atribuyo a mi formación heteronormada-. Los niños pueden ser muy crueles y las instituciones aún más. Tuve una maestra que afirmó, y su frase retumbó en mis oídos por muchos años: “Las mujeres si no son bonitas, por lo menos tienen que ser inteligentes”, nunca me creí bonita.


En consecuencia, me esforcé en destacar como “la mejor alumna”, “la mejor atleta”, “la mejor amiga”, tal como mi padre me lo había recalcado siempre: “Tienes que ser la mejor”, me repetía todo el tiempo. Sin esforzarme lo lograba. Por ese entonces, lo que menos me preocupaba era mi aspecto físico, incluso usaba la ropa más masculina que podía encontrar.


En la adolescencia me esforcé por encajar en el modelo tradicional de una niña-mujer atractiva, porque… ¿Qué hombre querría a una mujer que no es femenina?


Día a día intento deconstruir esta idea, ¡ay pero cómo cuesta! Cuesta demasiado hacerlo en una sociedad que antepone la feminidad de las mujeres sobre su capacidad de ser o querer ser alguien más.


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