En este momento, puedo decir que extraño aquella ciudad cosmopolita en donde los enamorados reafirman su amor, aquella inmensa felicidad de los parisinos al darle la bienvenida al verano y la profunda depresión que llega a la par del invierno.
Extraño el placer de caminar por aquellas pequeñas pero bellas calles con sus abundantes vagabundos, extraño ser indiferente a las personas, Vespas corriendo por toda la ciudad, paseos en bici con aquella persona especial, el Distrito 18, el barrio Barbés con aquellos árabes ambulantes vendiendo sus costosos cigarrillos no genuinos, los pichones atacando a gente (no es broma).
Extraño aquella baguette tan dura que a ratos piensas que te quedarás sin dientes, los deliciosos pastelillos y panecillos tan característicos de un “artisian boulanger”, ¡Crepas, crepas crepas!
Extraño mirar las luces que iluminan la Torre Eiffel a la media noche, mirarla de día, al atardecer, simplemente contemplarla. Beber a la orilla del Sena. Extraño el “Noctilien” aquel bus nocturno que siempre sacaba de apuros…
Me puedo jactar de decir que no extraño aquel doble beso al saludar, el desagradable olor en el metro pese a que las estaciones son tan cortas que apenas existe diferencia de 1 minuto entre cada una, lo costosa que puede llegar a ser la vida. Multas de 450 euros por hacer una pequeña fiesta en tu casa ¡después de las 10pm! Aquel vaso de cerveza en un bar por 5 euros.
Y sí, puedo o no extrañar todo aquello; pero lo más importante para mí no está en ningún otro lugar más que en casa: México.
Fotografía tomada en Montmartre, París durante mi estancia en 2011
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